sábado, 17 de octubre de 2009

¿Nunca te has sentido así?

Normalmente no me levanto muy positiva. Hay que tener esto en cuenta antes de diagnosticarme un cuadro maniaco-depresivo tras leer estas líneas. Sin embargo, no es tan raro. Todos nos hemos sentido alguna vez solos en medio de un montón de gente, como dice Amaral en la famosa canción. Por eso, el año pasado, un día en navidad -un mal día, me temo- garabateé esto en líneas torcidas sobre un periódico mientras me dirigía al trabajo. Hoy, de pronto, entre papeles he encontrado el escrito. Y si inconscientemente lo guardé, alguna importancia le daría, por lo que creo que no carece de sentido que lo comparta. Espero que disfruteís de mi pequeña reflexión.

Observo las caras de la gente en el vagón y en ellas encuentro tedio, sueño, cansancio, aburrimiento. Ni una sonrisa, silencio, el traqueteo del tren. Miradas vacías, absortas en algún pensamiento insulso de la cotidianeidad de lo monótono. Inexpresivos rictus, tensión, malestar. Nadie habla. Se mueven incómodos en los duros asientos. Se esconden tras el periódico. Evitan cruzar miradas. De vez en cuando una tos seca.

Tantas vidas enlatadas en un vagón, tantos pensamientos simultáneos caminando hacia el olvido, tantas esperanzas, preocupaciones, alegrías, desengaños…y ni una voz.
Son las ocho de la mañana de ese día maldito y repetitivo llamado lunes. Desconocidos comparten conmigo un espacio cada vez más reducido. Entran, salen, y nadie dice nada.

Mi parada. Se abren las puertas mecánicas y me dejo arrastrar por el tumulto. Nos movemos todos como una corriente, pero sin comunicación, sin contacto, hipnotizados en nuestros pensamientos. Miramos al frente, al suelo, a los carteles, pero nunca a los ojos. Distancias calculadas inconscientemente. Normas invisibles que rigen nuestro comportamiento. Somos individuos, somos uno dentro de un todo, somos sociedad. Todos somos distintos, pero nos comportamos igual.

Me paro en seco. Miro a mi alrededor. La gente me esquiva en su acelerado caminar. No existo. Y mientras me siento invisible y desaparezco, mi alma se derrumba.

En este mundo rápido, el de las comunicaciones, el de la información, en el que la gente se ha quedado muda y la ley es la desconfianza, hay una diosa como las antiguas, amada, odiada y caprichosa. Su nombre es Soledad.

Publicado por Anita

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