En un proceso de reestructuración del capitalismo donde se multiplica el desempleo, el trabajo precario, el despido libre y la pérdida de derechos laborales, las empresas transnacionales bogan por un consumo de marcas. Hacen defensa de lo suyo y no escatiman esfuerzos.
En la actualidad esta práctica se traduce en una agresiva campaña publicitaria, considerando irresponsable adquirir productos blancos. Todos los anuncios de las grandes empresas concluyen con un rotundo “no producimos para otras marcas”. Igualmente, han construido un relato específico “no se engañe, envases similares no garantizan calidad”. Se sienten abandonados por los consumidores, quienes han perdido la fidelidad una vez transcurrida la bonanza de los sectores medios, tan adicto a las modas como al consumo suntuario. “Antes muerto que sencillo”.Hoy, los fabricantes de marcas consideran una competencia desleal la emergencia de productos de bajo costo. Según ellos, los ingenuos compradores se arriesgan a sufrir decepciones. Por consiguiente son objeto de fraude. Además optar por este tipo de consumo tiene una consecuencia nefasta, el aumento del desempleo. Si no lavan con los detergentes procedentes del futuro, desayunan con cereales para combatir el estreñimiento o meriendan con cremas de chocolate y avellanas para ser fuertes, las empresas con pedigrí se verán en la imperiosa y triste necesidad de recurrir al despido de personal. Evite convertirse en un pirata y un traidor. No se deje seducir por cantos de sirena. Comprar barato es una estrategia errónea y peligrosa, a la larga siempre sale caro. El ejemplo más sangrante para preservar el monopolio de las marcas con tanta explotación conseguida tiene su máxima en la actuación de las empresas farmacológicas y agroindustrial. Los grandes laboratorios se oponen al consumo de genéricos. Son cancerberos celosos de sus patentes e investigaciones. Tampoco las empresas enquistadas en el sector agrícola y alimentario se quedan atrás con su política agresiva de implantar el consumo de transgénicos. Ellos, que son los mismos que acosan y acaban con los pequeños y medianos campesinos les obligan a consumir sus productos. Sin embargo, encolerizan cuando se cuestionadas sus prácticas y se abren otras alternativas. Mutados en guardianes del mercado no aceptan la competencia. Se consideran atacados por una plaga de ecologistas sin alma cuyo fin pretende acabar con su existencia.
Hasta hoy, los acólitos del capitalismo nos han dado la murga afirmando que el mercado constituye el espacio donde se despliega la libertad de elegir, base del progreso, la democracia y la acumulación de capital. Sin embargo, en medio de una crisis, cuando el principio, libertad de elegir, debe primar sobre cualquier otro, su ejercicio se transforma en un obstáculo. Los consumidores apegados a sus criterios de libre elección son adjetivados de arpías, seres despreciables, sacrílegos condenados al infierno. Por esta razón, de la noche a la mañana, se elimina del manual del buen empresario la frase enseñada con tanto fervor a los empleados de sus comercios: el cliente siempre tiene razón. Ahora debe ser rechazada. Atrás queda el mercado fundamentado en los gustos del cliente. Si anteriormente los empresarios satisfacían al consumidor “mediocre” que prefería vino barato ofertando aguarchile a los mejores caldos, hoy es una alteración de las leyes de la oferta y la demanda. Este principio, otrora una verdad irrefutable para los gurús amantes de la economía de mercado, se considera obsoleto. Ahora son intervencionistas.
Por último, es curiosa la escasa o nula congruencia entre teoría y práctica de una economía de mercado. Primero se predica la libertad de elegir y cuando se ejerce se penaliza a sus ingenuos ejecutores. Esta paradoja, inherente al capitalismo no tiene solución dentro de sus entrañas, de lo contrario no sería una paradoja. Se vive en un mundo esquizofrénico donde no hay escapatoria, salvo transformando las paradojas en contradicción. Es decir, en enunciados dialécticos articulados a voluntades políticas para superarlos. En ello consiste el problema. Mientras tanto. Las empresas cuyas marcas controlan el mercado seguirán patrocinando un consumo acorde a sus intereses en contra de toda perspectiva ética y humanista.
Publicado por Bárbara
Hace 2 años
Se tiende a criticar a los agentes de marketing por realizar campañas publicitarias que a veces no tienen mucho que ver con el producto que publicitan, pero no nos damos cuenta que su único interés es atraer nuestra atención. El simple hecho de que las critiquemos para bien o para mal, ya es la obtención del fin para el que lo crean, es su trabajo. Y no es tan malo que te compres algo de valor superior al deseado o valor venal del producto en un momento puntual, porque a parte del producto también compras una satisfacción, o no?
ResponderEliminarA parte, también esa crítica va dirigida al producto caro, pero en el producto de bajo coste también se podría aplicar esta teoría...¿Porqué nos compramos Colacao en vez de Nesquik?¿Cocacola en vez de una marca blanca?¿Ariel en cápsulas cuando se puede lavar con otros productos mas económicos?Muchas veces por la calidad del producto, pero otras compras tranquilidad, satisfacción y productos relacionados intangibles. Por todo ello, pienso que las marcas no son algo malo, caro y de pijos. Sino que cada uno debe tener presente su capacidad económica y aferrarse a lo que puede llegar a tener, y aunque suene duro, nosotros somos estudiantes y todavía no podemos pensar nada mas que en darnos algún capricho de vez en cuando, ¿Qué sería el mundo sin ilusiones?